DE LOS PUERTOS DE LA LUZ Y DE LAS PALMAS Y OTRAS HISTORIAS (Octava parte)


 DE LOS PUERTOS DE LA LUZ Y DE LAS PALMAS Y OTRAS HISTORIAS 
(Octava parte)

En este fragmento de "De los Puertos de la Luz y de Las Palmas y otras historias", el autor nos transporta de nuevo al norte de África, profundizando en su fascinante expedición.

Acompañaremos al narrador en su viaje a través del exuberante Valle de Sous, donde un sabio moro le advierte sobre los peligros de la civilización europea. Conoceremos a personajes curiosos como su guía, Lucio, y a las tropas militares 'Ascaris', con su peculiar mezcla de uniformes y voces de mando. El relato culmina con la llegada de una impresionante caravana del Sudán, un espectáculo asombroso que nos ofrece una visión única de las antiguas rutas comerciales.

----------


Entresaco del texto:

 

TODAVÍA EN ÁFRICA

 

    Hacía unos deis días que nos hallábamos acampados en Agadir, y aquellos jinetes con su contingente de peones armados y vestidos de civil chilaba, procedían de la cábila vecina y venían en nuestra busca para hacer nuestro custodio hasta dejarnos en la Capital de su territorio. La monna o presente, es de rigor, y es señal de vasallaje que se ríen de Autoridad o a su representante, y el olvidarla o el no querer hacerla, indica rebeldía y motivo de guerra. A los pocos kilómetros de marcha nos encontramos con el Wad Stone, río caudaloso que cruzamos por el vado, guiados por nuestros respectivos espoliques, llegándonos el agua a las a las cinchas de las cabalgaduras. Para juzgar de la importancia de este río baste decir que su anchura podía calcularse en dos veces la del nuestro barranco Guiniguada, siguiendo su hondura tal que apartarnos del vado las aguas nos hubiéramos sumergido. Y esto referido al estiaje en cuya estación nos hallamos. Al otro lado del río comenzaba a extenderse el territorio de Sons formado por amplia y feraz vega cuyos límites hacían horizonte, poblada por infinidad de aldea los pueblecillos amurallados, que apenas si tras los muros dejaban ver otros edificios, si lo sabía que no fueran la Mezquita y la casa del Caíd.

 

    A medida que avanzábamos en nuestro viaje, más rica y feraz se presentaba la opulenta tierra de Sons, más aproximados entre sí y sus blancos caseríos, siempre amurallados; y los árboles de fruto de todas clases de enmarañaban con los maizales y las sementeras.

 

    Admirado Don Juan con el espléndido paisaje que presentaba el valle Sons, procuraba que el moro entendiera su elucubración, consistente en un proyecto de ferrocarril que atravesando el rico valle, partiera de la factoría española, llevando, como le decía, la civilización cristiana y los adelantos de Europa la comarca aquella por lo pronto. Enterado el Burguitis por mí de fantasear de mi Jefe, díjome para que lo trasladara:

 

    - Moro no querer ferrocarril, no querer civilización cristiana. Yo estar en Europa mucho y ver mucho pobre, mucha miseria, mucho hambre; moro comer siempre, moro no esclavo de rico; moro tener su fusila y ser libre allí; allí quitar fusila y gumía a pobre.

 

    Una de las tiendas de artillería, la de mayor capacidad, servía de comedor y punto de reunión donde además de la mesa y sillas se custodiaba la inmensa caja de conservas y licores que Lucio trajo de Tenerife. Lucio, más bien bajo que de mediana estatura cincuentón en años, algo cargado de espaldas, nariz semítica y buena barba entrecana que le cubría el pecho, era mirado por los moros con cierta consideración y lo creían nuestro rabí, algo así como un Santón de nuestra creencia que nos acompañaba.


 

AÚN MÁS EN ÁFRICA.

 

    El intérprete Benito nos recomendó que no volviéramos a bromear con los moros, de carácter susceptible y refractarios a todo lo que parecía intimidad y franqueza con cristianos. Perdimos ya las últimas fertilidades del Valle de Sons, cuando penetramos, cerca del atardecer, en el bosque de arganes que atravesaba el camino. Desde éste se distinguía un claro bastante espacioso, libre de aquellos árboles y allí se dio la orden de detenernos. Antes de armar las tiendas se hizo una requisa escrupulosa del suelo apartando piedras registrando los matorrales, cuyos trabajos tenía por objeto, según nos dijo   Ben-Aisa, el temor a las culebras, abundantes en el bosque de Sons, por cuyo motivo también se nos aconsejó que nos acercamos a los argones.

 

    Y anda, anda, al día siguiente, siempre para el Sur y apartándonos poco de la Costa de hierro, salvo los rodeos hasta el interior que imponía a los moros y nosotros, íbamos, como el loro del portugués, a donde me llevara el itinerario dispuesto por el Sultán. De más está decir que la cabila vecina de Messa viene a nuestro encuentro con la misma algarada de caballos y peones y la misma bullanga de tiro de espingardas; pero no lo está el añadir que el puerto estudiado encontramos, a más el Arquitecto del Emperador y sus secretarios, al General Sidi-Mohamet-el-Abubi que había de formar parte de la Comisión de Puertos y revisar de paso los puestos de Ascaris.




 SE SIGUE EN ÁFRICA

 

    Existía un Destacamento de estas tropas en Aguilú, mantenido allí por el Sultán en señal de autoridad, después de una cruda batida que había recibido la cabila de Sons el año anterior, en la cual el Caíd Busta había hecho cortar las cabezas que al salir de Agadir me enseñara. Los Ascaris son tropas regulares de composición heterogénea, pues las formas desde niños de once años hasta ancianos de sesenta. Han recibido instrucción europea por el Sargento inglés que, sirviendo en Gibraltar, se pasó al moro y le enseñanza con su banda de cornetas la de un cabo de tales, y que se huyó a Ceuta. Las voces de mando se daban en inglés y los toques de corneta son los españoles. El uniforme lo constituyen un fez, una chilaba azul y una babuchas con talón. Cuando llegamos nosotros se dio la orden” en su lugar de descanso” y los moros se lo toman de veras sentándose en el suelo con fusil entre las piernas; y digo fusil porque aquella tropa lo tenía, de pistón, en lugar de espingardas.

 

    Los hijos de Caíd nos dijeron que no nos marcháramos hasta tanto llegar a la gran caravana, que sería de un día a otro. Estas caravanas vienen del Sudán, atraviesan el desierto, tocan por Aguilú y siguen la costa hasta rendir el viaje en Mogador. Al pasar por las cabilas costaneras, pagan un tributo a cada una, siendo el más importante el que le cobran la cabila de Nahá, entre   Mogador y Santa Cruz de Agadir. De no pagarlos son robados, y si toman otro camino más al interior, les roban aunque paguen, y les matan gente de plus.

 

    Todo jefe de cabila en el Sons, que se encuentre en el estado de civilización en que se hallaba Europa en la Edad Media, tiene, a más de un de sus tañedores de flauta que lo acompañaban a las marchas y le deleitaban en sus comidas, su catador de platos y su astrólogo.

 

    -Hoy si pudiéramos ir a Jifmi- era la centinela constante del Cónsul Lozano mientras estábamos en Aguilú. Jifmi, ciudad distante de Aguilú como dos lenguas hacia el interior, pertenecía al Sultán en pago de los gastos de guerra del año anterior, y en ella se le construía un palacio para residencia de verano, pero las Comisiones no podían salirse del itinerario marcado, so pena de que no se respondiera de nuestras vidas y cortar la cabeza a los moros que nos acompañaban.

 

    Sin novedad cruzamos el camino y entramos en el Palacio sin que se nos viera. Estaba casi a terminar la planta baja, y el departamento de los baños terminado y decorado con gusto que no hubiera desdeñado los arquitectos de Alhambra.

 

    Los nutridos tiros de espingardas nos anunciaron la avenida caravana; que llegó a la mitad del día, precisamente al terminar una función de juglares de Sons con que nos obsequiaron los garantes hijo del Caíd de Aguilú, en el cual apreciamos trabajos acrobáticos que parecían imposibles y habilidades de serpientes domadas que nos han que  nos daban miedo, pues todo esto se hacía  coran pópulo, en el en el santo suelo, como muestras de luchadas antiguas; y  las oleadas de los espectadores que nos echaban a veces casi encima de los bichos. Pero no hay espectáculo más extraño y vistoso que el de una caravana, sobre todo para nosotros los criados en otras costumbres y tenemos otro modo de ver las cosas.  Cuatrocientos camellos componían el núcleo, alrededor de los cuales se agolpaba un pelotón de ochenta caballos.  Dos jinetes montaban cada   camello que, además, portaba su carga correspondiente. Hicieron alto en medio de la descarga y de espingardas, correspondidas por la muestra cábila y la fusilería de los áscaris que aguardaban en correcta formación.

 

Comentarios

Entradas populares