DE LOS PUERTOS DE LA LUZ Y DE LAS PALMAS Y OTRAS HISTORIAS (Séptima parte)



DE LOS PUERTOS DE LA LUZ Y DE LAS PALMAS Y OTRAS HISTORIAS 
(Séptima parte)
 
En el extracto de esta semana, el autor nos lleva a un viaje lleno de contrastes: del acalorado debate sobre el puerto de La Luz a un onírico "sueño de una noche de verano" que visualiza el futuro de la isla. Además, nos traslada a la costa africana en una expedición que casi termina en tragedia.
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Entresaco del texto:
 
LE GROS MOT
 
    Pero vinieron los días subsiguientes a la Revolución de Septiembre y de aquí que el bombix y el argán tuvieron un lapsus de descanso a un resurgir de la sangre de aquellos hombres, que les movió a tomar parte de la vida ardorosa y de lucha ya de entonces, dejando de dormir el susurro de hojas de árbol y pensar en el modo de machacar las lindes del soñado insecto. Sucedió que se trató de proponer, o se propuso creo, para socio de mérito de los amigos dichos al Obispo Urquinaona, que en tales andares regentaba la Diócesis. Y se propuso, realmente, y hubo lucha enconada, que relegó al Obispo a su Obispado y por consiguiente privólo del meritorio título. Procedimiento jacobino fue éste en su mayoría bombera, que no hubiera vestido mal sino muy probablemente en el ciudadano Gutiérrez y en otros los republicanos federales de rojo subido de aquellos entonces. Pero saberlo en la Interina más lagarta siempre, y apresurarse a ofrecerle motu propio al Obispo el nombramiento de autos, fue todo uno.
 
    Y así hasta el año 76, o por ahí, del pasado siglo, donde ha cometido de la fiebre puertófila que reinaba entonces, determinaron como primera providencia la conveniencia abandonar el puerto de Las Palmas para fijar su atención en el de La Luz. Y se abandona el muelle el primer Puerto, entre otras razones de tanto peso por la del porque sí, por considerarlo además mal planteado, puesto que lo que está un extremo de la Ciudad, defecto que al parecer, se remediaba llevándolo pa allá lejos a las timbanbas. En tanto que se juzgaba conveniente el abandono de una obra ya asegurada añorábase la idea de la canalización del Guiniguada; idea de los hombres del 52 al 58, y se proponía la apertura del Istmo de Guanarteme.
 
    El canal que pusiera en comunicación los mares del Puerto de La Luz y los del Confital, para llegar a alcanzar una sonda de 8 m en la marea baja (la querían de 10) necesitaría una longitud de 1.200 metros y un ancho de 20 cuando menos.  (Lo que querían para que se cruzaran dos buques con todo holgura) Representan estas unidades un volumen de excavación de 200.000 metros cúbicos debajo del agua en su mayor parte; y consiguiendo lo que no se presentara otra clase de roca sino marisco flojo, pero bastante compacto para evitar revestimiento de muros, podría valuarse, por lo muy bajo, el metro cúbico de excavación con saca y transporte mares afuera, en 20 pesetas. Y ahí tiene el lector de hoy de primera intención cuatro millones de pesetas. Cuenta ahora que ese canal para alcanzar la sonda de 8 metros por la parte del Puerto de La Luz, hubiera tenido que avanzar de la Playa 500 metros mar adentro, es decir, llegar casi al centro del recinto del Puerto actual. La vida de tal canal hubiera sido efímera. La aglomeración de arena que había cubierto el fondo del litoral del puerto haciendo desaparecer el rediente de roca por donde se verificaban los desembarcos en tiempo de seña Rosarito, sepultándolo bajo una capa de muchos metros, de lo hubiera cegado.
 
    Y ahora: ¿por qué la añoranza de la canalización de Guiniguada no reverdecía con todos sus antiguos ardimientos; y por qué cuatro años después, esta canalización, o su proyecto más bien, figuraba entre los números de la exposición que debíamos celebrar en 1883, de cuya Junta orgánica fui secretario, en la Sesión de pintura y figuraba con igual calor y empeño que haya un lapsus del del 52 al 58, cuando Antonio Bethencourt Sortino la realizaba gráficamente con sus contingentes de barcos amarrados a los muros encauzamiento del barranco - río?
 


EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO
 
    Era una época que bien pudiera ser la de hoy, si al lector le cuadra, o cualquiera otra que más le guste. El muelle de Las Palmas, redimido de la maldición de tiempo atrás le había caído, avanzaba mar adentro con todo su ancho, inicial doblando en la sonda de diez a ocho metros hacia el Sur para formar abrigo auxiliado del malecón arrancado por la parte del Teatro junto al muro Norte de su encauzamiento del Guiniguada. Por lo que recordaba del plano general de la bahía en la oficina de las de Obras públicas existente, que comprendía el litoral desde la isleta hasta algo más allá del Cementerio, las curvas de sondaje, paralelas sensiblemente a la costa, equidistaban de estas en armonía con las del Puerto de la Luz, que en mi sueño no existía, sino el desierto antiguo, con alguna casucha más.
 
    La dirección de aquel recio espigón, a prueba de marea y abandonos, encurvada al Sur, como se ha dicho, abrigaba el recinto de los vientos del primer y segundo cuadrantes y el abrigo de los del tercero, los más dañosos lo completaba el malecón nombrado que además servía para evitar los arrastres del Guiniguada.
 
    Cubiertos estaba el espacio ganado al mar por los muelles de rivera con vistosas y elegantes edificaciones donde se destacaban, el primer recinto, monumental depósito de agua que surtían remolcadores destinados a traerla de la Interina, porque a la par que la nuestra inglesa fracasaba, dejándonos el pecho del contrato, en el monte de Aguirre y en los Catalanes, seguía brotando con tal abundancia que en temor de inundaciones la suministraban gratis. Ostentoso Hoteles que naba envidiaban al mejor de Europa, ocupaban el centro de la marina del recinto aquel, en cuya terraza holgaban los turistas tomando un wiskeys, contemplándolo mar cuajado de vapores y aspirando sus brisas. Poco apartado del suntuoso hotel y con igual condición de dar a la marina, se alzaba un populoso Casino del artístico y rico decorado, igualmente repleto de turistas, prestando a éstos toda suerte de confort y de distribuciones con su bien surtidos restaurantes, sus cotidianos bailes y sus juegos prohibidos y sin prohibir. En el otro recinto, el del Norte, se hallaban los almacenes de carbón y depósitos que se servían por los muelles de ribera, a más los careneros, varaderos, dársenas, y talleres de herrería y maquinaria.
 
    Aquella población que ensanchaba el barrio de Triana y el de los Arenales, cuadruplicando su extensión, se había levantado por concurso libre y libre de inspiración, sin necesidad del Arquitecto municipal, cuya plaza estaba por proveer, y así resultaba hermosa y variada, exenta de los amaneramientos conscientes cuando uno solo es el que talla.
 


EN ÁFRICA
 
    Di dos viajes. El primero sin cargo alguno oficial, sino llevado por el Jefe para que le funcionara el Ayudante y Secretario, a la vez que de persona de compañía. Nos embarcamos por el Puerto de la Luz, y a pique estuvo mi compadre Antúnez, empeñado en conducir la lancha, de ahogarnos al querer atracar a la “Ligera”; gracias a Dios y al patrón, que se apresuró a quitarle de las manos la caña del timón, no fueron nuestros cuerpos a parar el fondo del mar. Antes de tomar el puerto en Mogador, casi embarrancamos en una caletón próximo que se hallaba al Sur. Cuatro días estuve en Mogador, y como los moros se detenían en reunir los suyos que se habían de formar parte de la Comisión de límites juntos con los nuestros, el Jefe me ordenó que volviera a Las Palmas a practicar los trabajos de campo para el Proyecto de Lazareto de Gando. indicándome que me avisara cuando debía de volver.
 
    Los deseos de aquel Sultán no eran otros sino que recorriéramos la costa comprendida entre Sidi - Mohamed Ben Abalah y Azaca, y entra Azaca y el Beida, con el fin de determinar los puntos que resultasen más conveniente a fin de establecer puertos comerciales, levantando los planos de los que se eligieran.
 
    Dos intérpretes teníamos de nombramiento oficial: uno español Benito y otro judío, Sadia Cohen, dueño de la fonda donde vivíamos en Mogador. Más tarde, cuando acampamos en Agadir se nos presentó otro, un renegado español, ya anciano, tal vez ochentón pero recio y ágil, que residía en Marruecos desde su primera juventud, en la cual fue acogido con una partida de mayores que ahorcaron y a él, por tener la edad lo echaron a presidio, en Melilla, de donde se escapó; se pasó el moro renegado, y llegó   a ser Jefe de los artilleros de Muley Hassen, de quien recibió una casa en Mogador y   una pensión de cuatro duros mensuales.
 
    Al fin salimos de Mogador en otro buque de guerra “Consuelo” para arribar a Santa Cruz de Agadir.
 


AUN EN ÁFRICA
 
    La víspera de embarcarnos para Santa Cruz de Agadir, nos obsequió el moro Amor con un verdadero banquete en su casa, donde supo unir lo bueno de la de la cocina de su tierra con lo mejor de la nuestra.
 
    Después de unas cuantas horas de navegación atravesando mantas de toninas, hétenos en Agadir fondeados, no era el mejor puerto del Imperio, sino en el único que merece tal nombre en el Atlántico. Desembarcamos en la población baja y que se llama Fontí; y cabalgando en mulos nos dirigimos al Castillo o Palacio del Gobernador, situado en una eminencia de la altura del Risco nuestro, en cuya explanada se extiende la pequeña ciudad que es el verdadero Agadir.
 
    Al Sur de la Ciudad, en una pequeña llanura, encontramos al bajar levantadas las tiendas de nuestro campamento; en una parte agrupada en las nuestras y en otra la de los ms y bastante sucias; excepto la de Don Juan que la había hecho venir de Inglaterra: de doble forro y dispuesta como una casa techada a dos aguas.

    Y no acaba aquí lo de África, pues a medida que escribo se me vienen a la memoria los acontecimientos, y haré constar todos los que me acudan, así cansen al lector, que puede cortar por donde mejor le cuadre.

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