DE LOS PUERTOS DE LA LUZ Y DE LAS PALMAS Y OTRAS HISTORIAS (Sexta parte)


DE LOS PUERTOS DE LA LUZ Y DE LAS PALMAS 
Y OTRAS HISTORIAS 
(Sexta parte)

    En esta nueva incursión y travesía por "De los Puertos de la Luz y de Las Palmas y otras historias", nos adentramos en el vibrante mundo social y económico de la época. El narrador nos invita a las tertulias del Ingeniero, espacios de debate donde se mezclaban la política y la cultura. Con la alegría de una manifestación en el puerto como telón de fondo, somos testigos de la llegada de un enigmático inglés, un encuentro que marcará el inicio de la primera estación carbonera, un hito que transformaría el futuro de la isla.

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Entresaco del texto:

LA TERTULIA DEL INGENIERO

        - ¿Qué hora es? 
    - La que le plazca a Vuestra Majestad, dice la historia anecdótica que contestaban en el Rey Sol, a tal pregunta, sus lisonjeros cortesanos. No tuvieron los que rendían parias semejante al Ingeniero, necesidad de verse en igual compromiso, porque jamás en tal sentido fueron preguntados.  De haberlo sido, cualquiera, iba a abonar la contestación. Y sin embargo del sello sumisión que le daban los incondicionales, las tertulias aquellas se distinguían por su amenidad. ¡Claro! Como que los sostenía un hombre de talento de gran alcance, cultivado, además de sus saberse profesionales, sus generales conocimientos. Resultaba que si el coro era monótono otro por su repetir repetido y eterno amén, la voz cantante sería atractiva por su variedad de notas y chispeantes maneras de atacarlas. Allí, en aquella notable tertulia, a más de la política, no se daba tregua tratándolo de todo.

    Hablaba de Cairasco, redivivo por él, y por él en efigie; y allí las suya: Disertaba a sabor sobre el Templo Militante; citaba la opinión favorable de Lope de Vega y podía por las nubes de una invertida de sus esdrújulos.

    - Un trabalenguas que trajo de Italia- dijo por oírle. 

    Mirada colérica y despectiva. 

    -Opino con Cirilo- Dijo Don Juan. - Y usted no lo ha leído.

    -No lo he leído- coreó la reunión de incondicionales, recalcando de su frase con un servil cabezada.

    Comenzaba la época de los tiempos escénicos de Echegaray. Aquellas doctrinas espeluznantes del célebre matemático que ponían el ánimo del espectador en continua tortura sin concederle un momento de tregua, fundando el armazón de su trama en recursos rara vez naturales, a pesar de su excelente versificación, no me entusiasmaba.

    Aquella sí que fue batallona, la cuestión batallona del Eucologio. Don Felipe Massieu, el mismísimo que hoy padecemos, puesto en entredicho por los clérigos Roca y López Martín, defendía en El Liberal, que así se encabezaba entonces el periódico orgánico del Partido, su actitud ortodoxa, alegando en su apoyo al mentado libro de devociones. combatiente ambos clérigos, incluyendo el libro en la anatema.

    Lo discursos. He ahí la pesadilla. Jamás se ha hallado atractivo en la oratoria parlamentaria, cualquiera fuera el orador, y si he leído algún discurso lo he hecho a la carrera y saltando párrafos. Así es que cuando venía el correo con los de Don Fernando y los publicaba Paco en El Liberal con el rimbombante epígrafe Documento parlamentario, hacía por eclipsarse de la tertulia hasta que pasase la marejada, pero siempre lo conseguía y, por otra parte, lo sistemático de esta conducta podría chocar. Todos los concurrentes en estos días llevaban en la memoria su parrafito, superando el concurso Frasquito Morales, que, o más feliz en las retentiva o más decidido incondicional, se cargaba en el discurso casi entero.



LA MANIFESTACIÓN

    Alegrémonos, alegrémonos, por qué es justo que nos alegremos.

   Excepto cuando las dos Divisiones, no recuerdo que entre nosotros haya habido una manifestación de regocijo general y espontánea como la que acaeció al recibirse la noticia de la subasta del Puerto del Refugio.

    “Madrid para la nobleza, para rarezas Canarias”

    Y voy al asunto de la manifestación. En lugar preferente, casi o sin casi, al frente de ella distinguíase el gigantesco corpachón y la eterna meliflua sonrisa de mi compadre Juan Antúnez, tremolando la bandera que ostentaba corona de laurel y cinta de tisú y oro: retórica fiambre de una publicación reciente. De esta bandera se hizo entrega en son de homenaje, al Ingeniero al terminar la manifestación; y hago constar que aquella corona de laurel la pinté la víspera a ruegos y sonrisas de mieles de mi compadre, quien, desde luego, no costeó la tela de bandera ni la cinta de tisú y oro.

    Muchísima gente iba en la manifestación, muchísima, autoridades y todo, pero yo no recuerdo haberme fijado sino en tres personas dichas y por eso aquí las menciono, amén de la sonrisa de mermelada del compadre mío. Cosa igual puedo decir de la música: no recuerdo de himno a Don Fernando, letra de Roque Morera, que he visto mentado últimamente, y música del maestro de Dávila, pero sí con alegría, del pasacalle del Maestro Talavera, cuyos acordes, inspirados en el más gráfico color local, cuando ahora en mi vejez me vienen a la memoria, llenan mi ánimo de júbilo y la acarician.

El muchacho de Zerolo
Y también peras y pan
con el guapo Torre-Franco
y Don Gaspar,

No es difícil que consigan
infundir allá el temor,
y diciendo no lo hagan bulla,
torón tón tón.

Coro: Llorad, llorad
qué desdicha cruel:
Llorad, llorad.
La cosa vá a “jeder”




AÑORANZAS DE MI OFICINA

    Y fueron pasando aquellos tiempos felices. Era Ayudante temporero cuando vino Meandro Cámara, Ayudante efectivo, para hacer el estudio de la carretera de Telde a Agüimes. Tío Antonio le llamaba Don Amasio, porque nunca daba con el verdadero decir de los nombres que no eran vulgares. En aquellos días tuvo que lidiar con otro Don Amancio, Máximo Perdomo, que meditaba con motivo del templo que tenía entre manos. Pues bien; tío Antonio le distinguía llamándoles Don Amadeo Perdomo y Don Amasio el Ayudante. Eres estudio de esa carretera le dio motivo para resentirse conmigo llevé para cocinero al Caminero Juan Brisón, que entendía de eso, y me lo echaba en cara. Noté que Antonio Espino, capataz de la carretera del Centro, titubeaba el correr niveletas o enfilar banderolas y la instancia eran largas.  Llevaba yo espejuelos de repuesto y se lo di como prueba. Como si el hombre hubiera viste el mundo por primera vez; y tan a gusto que encontraba con ellos que no podía soltarlos. Sí la miopía era patrimonio de ricos, cómo juzgaba a tío Antonio, la de su hijo el maestro Pep, hoy por hoy, estaría rayana en la ceguera.

    Tío Antonio era cacique en Valsequillo, y de aquí se correspondía por cartas con su apoderado en aquel pueblo.

    En una de esas evoluciones o conveniencias política o lo que fuese, Don Antonio Yáñez cacique ya de Tirajana y contrario hasta entonces de Don Juan, se iba dejando querer, pero hacía su repulgos. Oí llamar a tío Antonio desde abajo y subir tras él sospechando algo bueno. Don Juan despedía con boca de mieles y con los mayores agasajos a Yánez que sabía su despacho y al mismo tiempo le decía a ti Antonio.

    -Coja la maleta del Señor don Carlos Yánez que debe estar en la galería y llévela a la fonda que le diga.



LA PRMERA ESTACIÓN CARBONERA Y EL PRIMER INGLÉS

    En aquel mediodía entró a la oficina del maestro Juan Sánchez, padre del concejal Sánchez Monroy, y que hoy apenas me saluda, olvidado de lo que aquel su progenitor estimaba y lo que por éste hice al quedarse huérfano. Pero si voy a emprender historias de todos los que han hecho caso omiso de los favores que de mí he recibido, tendría largo de contar.
    
    Pues bien, Sánchez, padre, que trabaja en el Teatro que entonces llamaba Tirso de Molina, sin inconveniente alguno, y que estaban sus obras bajo mi dirección, se hallaba desocupado y Dios le dio muestra su providencia deparándole un inglés que no sé cómo y cuándo lo topó.

    Quería el inglés, según me enteró Sánchez, obtener una concesión en la playa de interior del Puerto, para construir un depósito de carbón mineral, y cerca del asunto venderían hablar ambos, en el mismo día, a la hora que señalase. Déjele que podíamos vernos dos horas después en mi oficina tiempo que necesitaba para consultar la Ley de Puertos y obrar en consecuencia.


 
   Al fin después de repetir menos dos o tres veces sin poder comprenderle, juzgué por las señas con que ayudaba  sus intrincadas voces, que me citaba a comer en Hotel Quiney, aquella  la misma noche, y allí estar interpretor según decía, que vi que no era tal sino interpretora, una vez en la fonda: la misma Doña María, la dueña, la inglesa más agradable en lo moral y lo físico que ha venido a Canaria; la cual señora, después de presentarnos mutua y previamente, me manifestó: Que el señor Míster Arturo Doorly, representante de una casa comercial de Inglaterra, muy importante, trataba de construir unos almacenes para traficar en carbón mineral; que en Santa Cruz donde pensó hacerlo, le presentaron una porción de dificultades; que aquí y le allanaban todo se establecería, y que de no, iría a la Madera o a las  Azores.

    -Y todo prontamiente; querer principiante dos días dentro.

    Lo de los papeles, en España, es la regla de todo; por más que se jueguen influencias, el despacho se eterniza con los muchos Centros Oficiales por donde han de pasar los asuntos; por otra parte, me expongo, si salto por todo, a un expediente que puede traeré malos resultados.

    Trabajé en noche y día en formular los planos a los cinco de haber llegado el inglés, comenzaron las obras. Y no sé si habían pasado tres meses sin que otro inglés, conocido por mi amigo Juan Carló, viniera con igual pretensión.

    Has de saber que a pesar de los permisos anticipados para comenzar las obras sin las debidas formalidades legales, para que no pudieran ser delatadas cualquier día con prejuicio de los intereses de los agraciados, hubo que formar los respectivos expedientes que se remitieron después de tramitados en la Provincia, a la Dirección General de Obras Públicas.  Pues bien, estos expedientes vinieron a resolverse por la superioridad el año después de finalizar los trabajos.

    Un día me trajo al hotel para tomar el té con una señora, madura un poco, pero bien parecida. Al salir con misterio, me dijo al oído.

    -Esta señora inglesa tira sus pólvoras...

    Y hasta hoy he llegado sin comprender la frase.

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