DE LOS PUERTOS DE LA LUZ Y DE LAS PALMAS Y OTRAS HISTORIAS (Tercera parte)

 

DE LOS PUERTOS DE LA LUZ Y DE LAS PALMAS Y OTRAS HISTORIAS 
(Tercera parte)

    Continuamos nuestra travesía por las memorias de la construcción del Puerto de la Luz. Con cada nueva página, desentrañamos los desafíos y las innovaciones de una época que sentó las bases de lo que hoy conocemos. Esta tercera entrega nos sumerge aún más en los detalles del muelle, desde los métodos rudimentarios de sus inicios hasta los cambios revolucionarios que forjaron su estructura definitiva.


    El Muelle de Las Palmas: De las Piedras de Yunta a los Bloques de Hormigón

    En este fragmento, el autor nos transporta a sus primeros años como "alistador", un humilde oficinista en la obra del muelle de Las Palmas. Nos describe cómo, en sus comienzos, la construcción era una labor titánica y primitiva: se arrancaban enormes peñascos de la ladera de Mata para arrojarlos al mar, formando así una escollera natural. Estas rocas se unían con "sulaque", un mejunje local que servía de sustituto al cemento.

    La lucha contra el mar era constante, especialmente con los temporales del sureste que deshacían el trabajo como el "tela de Penélope". La solución llegó con Don Pedro Maffiote, quien introdujo los bloques artificiales de "puzolana" tras estudiar un puerto en Argel. Pero el verdadero cambio de rumbo lo dio Don Juan de León y Castillo. Él eliminó por completo la escollera natural y apostó por construir el núcleo del muelle exclusivamente con bloques artificiales, usando una mezcla de cal y arena en lugar de la puzolana. La solidez de su método, atestiguada por el autor, es visible hasta el día de hoy en el espigón.

    El texto también nos regala un fascinante interludio sobre la navegación de antaño. A través de la voz de un viejo marino, aprendemos que los estudios de pilotaje no eran tan rigurosos, y que la práctica y el "tino" eran tan importantes como la ciencia. Curiosamente, la construcción del muelle y el retroceso del bajo se daban a la par, un juego de avances y retrocesos donde la ciencia del capitán de "La Amalia" y la intuición del patrón de "El Telémaco" se daban la mano para medir las distancias.

    Este relato nos deja claro que la creación del puerto no solo fue una obra de ingeniería, sino también una historia de ingenio, perseverancia y la visión de quienes, como Don Pedro y Don Juan, marcaron el futuro de Las Palmas.



Entresaco del texto:

 

DEL PUERTO DE LA LUZ Y SU MUELLE

 

    En aquellos tiempos, en que como he dicho, funcionaba en la obra del muelle Las Palmas como modesto alistador, era ese muelle el desiderátumla bel espoir de nuestros padres, o sea de los abuelos, si bisabuelos no, de la generación actual. El sistema de  ejecución que venía empleándose desde los primeros años del siglo pasado, en que se dio comienzo a la obra, era el de acometer sencillamente el desgaje de la ladera de Mata para aprovechar las peñas de mayores dimensiones y peso (piedras de yunta) y conducida por tales poderosas vacas para arrojarlas al mar, perfilando luego esa escollera natural que resultaba, por muros de contención revestidos de sillería que se sentaban con sulaque, mejunje que suplía al cemento, desconocido aún entre nosotros.

 

    Pero la tal escollera iba ya defendiéndose por la parte del castigo con grandes bloques artificiales, cuya defensa no era siempre bastante eficaz pues los temporales del sudeste continuaban, aunque en periodos más largos, imprimiendo a la obra el carácter de la tela de Penélope con que se habían iniciado.

 

    Los bloques artificiales construidos con lo que llamaban puzolana de la Isleta, habían sido introducidos por el que fue mi maestro en las asignaturas y prácticas que andando el tiempo me sirvieron para los oficios de que profeso, Don Pedro Maffiote, entendido Ayudante de Obras Públicas, con vistas al patriarcado, y hombre bueno y honrado como el que más. Parece que estuvo Argel a estudiar la construcción de que el puerto y de allí trajo los bloques, y de aquí agarró no lo de la puzolana.

 

    Más tarde, ya era yo escribiente, cuando entonces vino a Canarias Don Juan de León y Castillo, en sustitución de Molina, quien cambió pronto sistema de ejecución, desechando la escollera natural y adoptando los bloques artificiales solos, para formar el núcleo. Creo que también hizo caso omiso de la pusolana y de los morteros se confeccionaron con cal y arena en las debidas proporciones. La prueba de la acertada disposición del entendido Ingeniero, a cuyas órdenes serví durante una larga serie de años, desde escribiente a Ayudante, se demostró como el movimiento: andando. Ahí está el espigón de arranque del martillo.


 


DISTANCIA DEL ESPIGÓN AL BAJ0

 

    El periódico “El Canario” era el que se atrevía a informar con más ciencia, empleando para determinar la distancia del espigón al bajo la unidad métrica, apoyado en las razones del capitán de ”La Amalia”, marino que ostentaba con orgullo el hecho de haber recibido sus títulos en Cádiz, en la Escuela Superior del Departamento.

 

    Y aquí cabe una discreción con la cual satisfago una mía, y, a la vez, entero al lector de hoy de cosas de ayer que no se sabe. No había los rigores modernos en los estudios de pilotaje; estudiaba algo en Santa Cruz en la Escuela de Náutica, o se practicaba a bordo, bajo la dirección de un marino autorizado, y a navegar se ha dicho. Y no se sabía tan mal ni con tanta falta de ciencia, puesto que la relación era un buque de vela, que necesitaba en el oficio náutico, por las mil contingencias que se presentan, cuando no otra cosa, una práctica que no exige la del vapor. Primo Ruiz suegro de mi amigo Tomás Cardoso, a quien conocí anciano, y era marino viejo, me decía:

 

    - Para ir a La Habana, muchacho, no se necesita nada; te dejas ir con el sol durante el dia, y por la noche si no hace luna, te pones al pairo; para venir lo mismo con el sol a la popa.

 

    - ¿Y se llega directo?

 

    -  Como con los instrumentos de observación, unas veces más arriba y otra más abajo, y después se costea; y lo mismo hacen, por más que lo nieguen los pintureros.

 

    En tanto el espigón avanzaba, y no tan lentamente como el parecer debía hacerlo, dado lo primitivo y rudimentario los medios de ejecución; pero la bajo se retiraba en igual razón a la del avance, dejando atrás los diez metros cincuenta el Capitán de “La Amalia” y luego las diez brazas del patrón de “El Telémaco”, pues aquél con su ciencia y éste con su tino lo habían acertado.

 

    Y aquí otra digresión. Las operaciones del sondeo han de ser simultáneas con las observaciones de la mira, que se registran, como aquellas, en sendas libretas especiales. Si las de la mira no se hacen en los períodos señalados, la rectificación de las sondas no puede resultar con la presión debida.

 

    Ya comenzaba a poblarse el Barrio de los Arenales, y aunque la obra estaba emplazada, por lo pronto, al final de la población existente, día llegaría, no muy lejano, en que tendría por la parte del Norte una importante barriada que lo haría tan extrema.


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Agradezco profundamente el interés y la acogida que estáis dando a estas historias. Es un placer compartir este valioso legado que nos permite entender el alma de nuestra tierra.

Pero esto no acaba aquí. La historia del Puerto de La Luz está llena de anécdotas, personajes y transformaciones que aún nos esperan. En las próximas entregas, continuaremos desgranando las páginas de este libro para descubrir juntos la importancia fundamental que tuvo el puerto en sus orígenes y cómo sentó las bases de la ciudad que hoy conocemos. 

¡Nos leemos en la próxima entrega!

Fdo. Manuel Campos Gómez



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