democracia

 


democracia 

(DEMOCRATIE FRANÇAISE)

Valéry Giscard d’ Estaing1976 PLAZA Y JANES, S. A.

Editores: Virgen de Guadalupe, 21-33

Esplugas de Llobregat (BARCELONA)

Traducción de J. FERRER ALEU

Primera Edición Diciembre 1976

1.150.00O ejemplares en treinta días.


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    Entresaco del PRÓLOGO: 


    Ninguna sociedad puede vivir sin un ideal en el que inspirarse y sin un conocimiento claro de los principios que guían su organización. Los periodos de gran civilización son aquellos en los que se reúnen estas dos condiciones.


    La mentalidad francesa, más que cualquier otra, experimenta esta necesidad de comprender. Nuestros conciudadanos quieren saber en qué principio se apoya su Gobierno y hacia qué futuro se dirige.


    La historia de un pueblo, a partir del momento en que posee instituciones democráticas es la de una serie de opciones. La historia futura de los franceses dependerá de lo que digan ellos mismos.


    A los franceses actuales les cuesta comprender la sociedad en que viven. Explican esta perplejidad la rapidez de las transformaciones que ha sufrido, el carácter contradictorio de los resultados producidos por estas transformaciones, y la imposibilidad en que se hallan las ideologías tradicionales de brindarles perspectiva que les satisfagan completamente.


    Los rasgos de nuestro carácter nacional aumentan esta dificultad: muchos de nuestros compatriotas están convencidos de que preferirían vivir en un mundo parecido al del pasado, tranquilo, rústico, familiar, a condición de que se transformase económica y socialmente, y siente, al mismo tiempo, a la inestabilidad del cambio. Aspiran a un orden que sea, a la vez parecido y mejor. Pero les cuesta definirlo. De aquí algo que, más que malestar, es una angustia profunda, más que no amar su futuro, lo temen.


    Esta sociedad, aunque realmente liberal en sus estructuras políticas, ejercía poderosas presiones sobre el individuo. Las grandes instituciones sociales, como la familia, la escuela, la Iglesia y, naturalmente, el Estado, imponían su autoridad exclusiva, aunque fuese de una manera bonachona.


    Las circunstancias políticas que hemos atravesado disimularon parcialmente la amplitud de esta evolución.


    Ante todo, porque ésta se realizó en un periodo de excepcional estabilidad política. Nuestras instituciones, establecidas en 1958 y 1962 bajo el impulso del general De Gaulle, y que fueron violentamente combatidas por un sector del cuerpo político, ya no parecen realmente discutidas.


    El funcionamiento cotidiano de la organización social, que regula las relaciones entre los grupos que la componen, no responde todavía lo bastante a la aspiración de justicia que siente nuestra sociedad.


    La debilidad de las relaciones de vecindad, y el aislamiento de los grupos sociales, la especialización del espacio y del tiempo de la vida moderna, conducen a una especie de universo roto, en el que se ha desgarrado el tejido de la proximidad humana, en el que reinan la soledad y el anonimato y en el que todos experimentan amontonamiento de vidrio y de hormigón, la nostalgia de una unidad perdida.


    El papel de la de las ideologías es el de suministrar explicaciones que permitan analizar la realidad, a fin de poder dirigir la acción. Ahora bien, las ideologías tradicionales (marxismo y liberalismo clásico) no cumplen ya la primera condición. ¿Como esperar de ellas que puedan desempeñar la segunda función?


    El marxismo aportó su parte de verdad. Frente a la ideología de los “burgueses conquistadores” del siglo XIX, y gracias al método de análisis, digno de la administración, de su fundador, representó en un tiempo un papel de desmitificación y de investigación.


    El liberalismo clásico tampoco nos brinda la llave universal que quisiéramos tener.


    Sin embargo, le debemos una parte decisiva de nuestro progreso.


    Ante todo, la conservación de nuestras libertades políticas. Al situar al individuo al principio y al fin de la organización social, constituye el fundamento de la democracia política en su forma más completa.


    Sin embargo, el liberalismo clásico no tiene en cuenta la realidad social contemporánea.


    El liberalismo clásico nos ilumina también de un modo incompleto sobre las necesidades de nuestros conciudadanos, de ese hombre total y contradictorio que busca al mismo tiempo la seguridad y la aventura, la comodidad material y el humanismo, la libertad y el orden. Cuando más progresa nuestra sociedad, más aleja al hombre del puro robot liberal.


    Necesitamos otro análisis y otro proyecto.


  Una sociedad unida es el término necesario de la larga evolución del Occidente cristiano, y después “filosófico”, que empezó allá por el siglo XI con la aparición, en las nacientes ciudades, de una categoría de hombres quien no se identificaban con la nobleza y con el campesinado. Evolución que prosiguió en el Renacimiento, que se impuso en el siglo XVIII y que hizo irreversible cuando la división de la sociedad en clases sociales de dejó de ser considerada como consecuencia fatal de un plano divino.


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Enlaces de interés:


- Democracia (wikipedia)


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